Último domingo del mes de Agosto 2010. Caminando por los senderos del Forestal, las verdes bellotas se desprenden del árbol anticipadamente alfombrando el santuario de los conejos de esta zona. El retorno de los veraneantes  se hace evidente por doquier, aún así la paz y sosiego apenas es interrumpido por el zumbido de un insecto, o el trasiego de los pajarillos, las palomas o algún reptil  haciendo sonar la hojarasca en su trayecto.
          Desde el tronco que sirve de banco, tiendo mi cuerpo y observo las copas y ramas más altas de los árboles  extendiéndose hacía el cielo azul, el Sol deja deslizar sus rayos a través de las hojas. El tiempo deja de existir, nada existe salvo ese preciso instante, el fiel N tendido  en el suelo espera pacientemente hasta retomar de nuevo la ruta, tranquila, distinta .
          Con la mochila llena de sensaciones, nostalgias e imágenes de cuantos me han acompañado en el trayecto hasta regresar a casa, agradeciendo a cada uno, las pequeñas o grandes huellas dejadas en este caminar, donde los cardos secos traspasaron el calzado de verano, los cantos rodaron entre los dedos y el polvo tiñó de gris la piel tostada por el Sol.  Al final del trayecto,  la fuente con agua  potable  sacia la sed de los caminantes...

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