Puente de los Santos.  Una improvisada salida de fin de semana a pesar del anuncio de  lluvias,  en poco más de una hora, la bolsa de viaje estaba lista, aparcando todo el resto de menesteres hasta ese instante que sonó el teléfono para, si me apetecía ir...  El agua no cesó de caer desde que salimos, desde ese preciso momento, el tiempo se transforma en una continúa corriente de sensaciones, los ojos estallan en miles de miradas hacía el tono gris que envuelve el horizonte ante la frenética carrera de los árboles, los postes, casas restaurantes o  edificio  arrasados por los neumáticos  rodando por el asfalto de la autovía N-V. . Durante el retorno, nada que ver, el Sol radiante nos permite ir hasta el Castañar en la mañana luminosa. Los bebés son paseados por sus padres, grupos  de visitantes van y vienen en la misma dirección. Traen bolsas y cestas llenas de castañas, más cuando llegamos hasta sus entrañas, sus frutos esparcidos en espinosos erizos, yacen como una mullida alfombra bajos nuestras botas.     

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